Premios literarios " Hàblame del agua" ( II) Bachillerato

 Eva Luna, Diana García y Sara Mayoral,  son los flamantes ganadores de Bachillerato  en nuestro concurso literario "Háblame del agua" . Aquí podéis leer sus textos.

PRIMER PREMIO



MI POTABLE ENEMIGA

Un día las cosas simplemente sucedieron. Fue tan repentino que nadie tuvo tiempo para asimilarlo, escapar y resguardarse.

En tan solo unos minutos, el mundo que antes conocíamos ya sería historia.

Cuando todo aquello ocurrió, yo tan solo era una adolescente que trataba de aprobar todas las asignaturas, pasar de curso, llegar a la universidad y desde ahí, comenzar lo que realmente sería mi vida. Pero aún era muy joven como para comprender lo que era realmente vivir la vida, experimentar, viajar, conocer gente, enamorarse, correr riegos.

Mis padres solían decirme que el tiempo es limitado, que no tratase de correr más que él. Que todo llegaría a su debido momento sea malo o bueno.

Yo nunca llegué a comprender lo que me decían. Quizás fue porque nunca me había faltado nada gracias a ellos, cuyo principal objetivo en sus vidas siempre fue hacernos felices a mi hermana y a mí.

Arid, mi hermana mayor, tenía diecinueve años. Ella a primera vista tenía un carácter fuerte. Con personas fuera de su entorno era una persona muy reservada, seria y a veces llegaba a ser brusca, pero, en cuanto la conocías más a fondo te dabas cuenta de que era todo lo contrario. Extrovertida, entusiasta y cariñosa.

Para mí, Arid, es y será mi heroína, mi persona favorita y un ejemplo a seguir. Se podría decir que la mejor hermana que podría haber tenido. A ver, siempre había esos momentos donde nos enfadábamos por tonterías como por ejemplo la ropa (le solía tomar prestado camisetas o sudaderas sin su permiso) o cuando llegaba su novia y las molestaba siempre que podía (sobre todo cuando era más pequeña). Aunque de un modo u otro siempre acabábamos solucionándolo.

Pero ese día no pudimos llegar a solucionar las cosas, y me arrepiento muchísimo de no haberlo hecho cuando pude.

Era mi cumpleaños número dieciséis, habíamos organizado lo que haríamos todo el día. Primero, iríamos al partido de fútbol de Arid (el cual seguro que ganaban). Después, comeríamos en el McDonald’s. Para luego, llegar a casa, reunirnos toda la familia y celebrar mi cumpleaños. Soplaría las velas y comeríamos la tarta para terminar con el día.

Todo tendría que haber salido a la perfección.

Lamentablemente, para mi mala suerte, no empezó ni medio bien.

Al despertar, tenía una gran sonrisa en mi rostro, cuando llegué a la cocina. Esperé a que me felicitasen, pero no fue así. Estaban sentados, mis padres consolaban a mi hermana, que lloraba en silencio.

Al parecer, la novia de Arid esa misma madrugada le había escrito un mensaje explicando que no sentía lo mismo que antes, y como no, diciendo la típica frase:

“No eres tú, soy yo”

Me sentí mal por ella, de verdad que sí, quería ayudarla de algún modo, pero la forma en la que lo expresé no fue la mejor, ya que solté sin medir mis palabras:

“Hay muchos peces en el mar, ya encontrarás a otro”

Supongo que no soy la más indicada para dar consejos.

Ella se me quedó mirando sin poder creérselo, arrugó el rostro y caminó hacía mí.

“Realmente eres la persona más insensible que conozco”, tras decir eso, se marchó empujándome por el hombro hacía su cuarto, donde cerró la puerta de un portazo.

Y sí. Razón no le faltaba. En ese entonces era una persona la cual no empatizaba mucho con los demás, además de ser muy impulsiva a la hora de elegir mis palabras. A veces, sin yo quererlo soltaba lo primero que se me venía a la mente, sin antes pensar en lo que podría estar causando. Ya me lo habían dicho antes, y muchas veces. Ese era uno de los problemas por los que no solía tener muchos amigos, y si los tenía me duraban meses.

Arid estuvo todo el camino en el coche haciendo como si no existiera. Incluso, en una ocasión, cuando le pedí que subiese la ventanilla porque empezaba a hacer frío, ella la bajó hasta el tope, para así molestarme.

Cuando llegamos al campo donde se disputaría el partido, estaba repleto de personas. El partido sería al aire libre, por lo que muchos, llevaban gorras o paraguas para taparse del sol.

Tras prepararse ambos equipos, el partido dio comienzo.

Al pasar unos minutos, el partido estaba muy reñido. Cuando uno marcaba, el contrario también lo hacía, y así continuamente. Mis padres y yo (a pesar del enfado) no parábamos de dar saltos o gritar cada vez que Arid tenía el balón.

Arid era muy ágil, lo hacía ver muy fácil cuando atravesaba a cualquiera que se le acercaba, cuando le daba un toque a la pelota y esta pasaba por las piernas de su contrincante.

Un rato más tarde, cuando tan solo quedaban unos minutos para que acabase el tiempo y uno de los equipos ganase, algo nos dejó atónitos a todos.

El cielo antes soleado había cambiado a uno repleto de nubes grises.

“Parece que va a caer una buena”, pensé.

El trueno había hecho que todo nuestro alrededor vibrara de forma brusca. Pero tan solo era un trueno, ¿no?

De pronto pequeñas gotas de agua comenzaron a caer y gracias al paraguas que trajimos, no nos llegamos a mojar.

Lo que nadie sabía, era que en ese mismo instante las cosas se irían al garete. Y todo lo que apreciabas y amabas desaparecería en un parpadeo.

No me di cuenta hasta que mamá pegó un grito tremendamente fuerte.

Arid, quien corría hacia la portería contraria con rapidez, paró en seco dejando la pelota de lado. Se dio la vuelta hacia las gradas, donde estábamos nosotros y …Dios.

Me quedé pasmada. Algo… algo le estaba pasando a Arid.

Se llevó las manos a la garganta como si no pudiese respirar, mientras que en su piel blanca comenzaban a salir manchas de color azul.

¿Qué…qué?

“¡OH DIOS MIO!”, papá bajó las gradas con rapidez y fue a socorrerla, pero no era la única en ese estado.

Miré a los demás jugadores que estaban igual o peor.

Mamá me pasó el paraguas para salir corriendo como lo hizo mi padre. Yo en cambio no me moví de mi lugar. Agarré el paraguas con fuerza sin poder apartar la mirada de mi hermana.

Se ahogaba y cuanto más tiempo pasaba ese color azulado se iba extendiendo más y más hasta cubrir casi todo su cuerpo. Rostro, cuello, brazos, …

Cuando desperté del trance, intenté ir hacia donde estaban, pero una mano agarró mi muñeca. Un chico de aproximadamente mi edad, me miraba con lágrimas en los ojos mientras a través de ellos me pedía ayuda.

Bajé la mirada a la mano con la que se agarraba a mí. Estaba congelada y azul.

“N-No sé”, murmuré sin saber que decir.

Todo mi cuerpo temblaba. Quise ayudar al chico, pero justo en ese instante, él soltó mi muñeca y cayó rondando por las gradas.

En ese momento me obligué a mí misma moverme, si lo que quería era salir de allí. Corrí lo más rápido que pude y mientras lo hacía, miraba a la gente a mi alrededor. Con la piel azul y ahogándose como si fueran peces fuera del agua.

Solo tenía un objetivo en ese momento, llegar hasta mi familia y salir cagando leches de ese lugar llovioso. Pero al parecer, el mundo no quería que así fuera.

Al llegar donde mis padres y mi hermana, estaban tirados en el suelo, mis padres mirando con desesperación a mi hermana, quien no paraba de moverse con violencia tratando de conseguir oxígeno.

“Mamá…”, no fui capaz de contener un sollozo cuando elevó su rostro demacrado y desesperado.

Y fue cuando me di cuenta de que mi mayor pesadilla se haría realidad.

Mamá y papá estaban igual que Arid. Y acabarían igual que el resto.

5 AÑOS MÁS TARDE

Se que nada de lo que sucedió es mi culpa, pero no puedo evitar sentirme responsable. Sentir que sigo aquí como castigo.

He perdido todo lo que tenía y me importaba. Y ahora me toca vivir con ello y seguir hacia delante, aun siendo otra persona completamente diferente.

El dolor cambia a las personas

Lo hago por ellos. A ellos no les gustaría que me rindiese.

Actualmente tengo veintiún años, me estoy alojando en una pequeña casa abandonada junto a otras dos personas llamadas Eden y Oliver, personas que tienen de especial lo mismo que yo.

Somos inmunes.

¿A qué? Pues veréis, aquel día en el descampado, lo que ocurrió, fue tan solo el inicio de algo muy gordo. Y sé que sonará imposible, pero el agua ahora es tóxica para los seres humanos.

Sé que suena ilógico, pero es cierto. El agua desde hace cinco años puede matar a cualquier persona que la beba o la toque.

Pero a nosotros no. En nosotros, el agua no tiene ninguna reacción, podemos beberla y tocarla. No sabemos por qué y llevo tratando de explicarlo desde que la gran mayoría de humanos han muerto de asfixia.

Recojo la mochila del suelo y me la cuelgo en un hombro, abro la puerta de la casita y llamo a los otros dos. Eden tiene diecinueve años, me la encontré un día en un centro comercial. Estaba sola al igual que yo. Ella insistía en que no quería estar más tiempo sola y que quería ir conmigo, al principio me negué, pero al final creí que algo de compañía no me vendría mal, además, Eden me recordaba a Arid, su personalidad, pequeños gestos o expresiones. Simplemente me fue imposible no cogerle cariño.

Por otra parte, Oliver tiene la misma edad que yo. Él no suele hablar mucho de sí mismo, lo encontramos vagando por las calles solo. Yo no tenía pensado acercarme, pero Eden ya se había adelantado y había ido hacia él sin pensar en que a lo mejor era una mala persona. Era una persona muy seria, fría e imbécil.

Al final no sé cómo acabamos los tres juntos. Además, teniendo en cuenta que Oliver y yo no nos aguantábamos el uno al otro ni tres minutos seguidos. Pero para suerte nuestra, Eden siempre acababa poniendo paz entre nosotros. Si no fuera por ella, ya se habría llevado más de un golpe de parte mía.

En cuanto llegaron, salí por la puerta y miré el cielo soleado.

Quien sabe, a lo mejor encontremos a más como nosotros.

Después de una tormenta siempre sale el sol

SARA MAYORAL.

SEGUNDO PREMIO

Aguas  profundas

Cuando  tenía  cinco  años,  por  poco  me  ahogo  en  la  piscina  de  un  hotel. Me  lancé  sin  darme  cuenta  de  que  no  tenía  flotador,  y  me  hundí  como  una  piedra  en  un  estanque.  Recuerdo  mirar  hacia  arriba  y  ver  la  luz  bailar  en  la  superficie  del  agua,  alargar  los  brazos  para  alcanzarla  y  darme  cuenta  de  que  no  podría  llegar.  Mi  madre  me  vió  y  saltó  a  la  piscina  con  el  albornoz  y  las  chanclas  puestas,  sacándome  del  agua  antes  de  que  pudiese  pasarme  nada,  pero  ya  siempre  lo  pensé  dos  veces  antes  de  saltar,  y  la  nada  del  fondo  negro  de  la  parte  profunda  de  la  piscina  no  me  abandonaría  desde  entonces.

Unos  años  después  durante  las  vacaciones  de  verano,  mi  hermano,  un  amigo  y  yo  cogimos  una  lancha  hinchable  de  esas  para  niños,  y  nos  adentramos  en  el  mar.  Quizá  fuéramos  demasiado  lejos,  lo  ignoro,  pero  de  pronto  el  cielo  se  nubló  y  una  ola  volcó  la  lancha.  Mi  hermano  y  nuestro  amigo  consiguieron  agarrarse  de  nuevo  a  ella,  pero  yo  ya  no  sabía  donde  se  encontraban  ellos  ni  la  lancha,  la  tierra  y  el  cielo,  arriba  o  abajo.  Ni  siquiera  veía  la  luz:  un  remolino  gris  de  arena  y  algas  me  llevaba  lejos… hasta  que  un  bañista  nos  vió  y  me  sacó  de  nuevo  a  la  superficie.

A  veces  me  pregunto  si  llegué  a  superar  del  todo  aquello,  porque  esa  oscuridad  se  ha  quedado  conmigo.  Allá  donde  voy,  cuando  no  lo  espero  y  mire  donde  mire,  están  ahí.  Puedo  fingir  que  no  existen  la  mayor  parte  del  tiempo,  pero  cada  paso  que  doy  me  acerca  más  a  ellas.  Si  me  asomo,  ¿Que  veré  reflejado  en  la  turbia  superficie?  Algo  me  dice  que  no  seré  yo,  sino  una  niña  de  ojos  negros  que  se  hunde  extendiendo  los  brazos  hacia  mí,  suplicando  sin  palabras  que  la  salve.  Esta  vez  no  hay  nadie  más,  y  no  sé si  seré  capaz  de  lanzarme  a  por  ella.  El  agua  está  helada  y  no  se  vé  el  fondo,  pero  no  puedo  guardar  allí  a  otro  fantasma  más,  ella  no  se  merece  la  sal  y  el  olvido.  Tal  vez  yo  pueda  ser  el  faro  que  la  guíe  hasta  la  superficie  esta  vez,  y  explicarle  que  haga  lo  que  haga,  ellas  siempre  estarán  allí  y  que  algún  día  también  deberá  adentrarse  en  el  mar,  pero  que  saldrá  airosa.  Que  entre  la  niebla  habrá  puertos  y  barcos  a  los  que  podrá  aferrarse  mientras  tanto.  Que  yo  estaré  ahí  para  impedir  que  se  caiga.

Siempre,  vayamos  donde  vayamos.  Aguas   profundas.

Diana García

TERCER PREMIO



1

Sois como el agua,

a veces cristalina,

otras oscura, pero segura.

Todo mi ser siente

que se deja llevar por la corriente;

por una vez

no tengo que luchar contra ella,

intentando que esta no me trague

hasta ahogarme.

Sigo el sentido del agua,

vuestro sentido, vuestro fluir,

sé que este no hará

que mi alma se pierda

en las oscuras y profundas aguas

en las que me hallé,

pues las vuestras son

las más sosegadas que

mi corazón ha logrado encontrar.

 

2

Esa cala inundada por las olas

me mece al ritmo del mar,

me hace sentir confiada,

segura;

conozco el miedo,

pero en esa cala

no temo tanto la oscuridad,.

esta se aleja de allí,

sabe que si intentara entrar

para atormentarme, las olas,

enfurecidas, clamarían a las nubes

por una tormenta que esta

no podría soportar.

 

Tu amor es como esa cala,

profunda, eterna, sin límites.

Tu amor, más grande que cualquier

mar y océano,

indescifrable, sublime.

 

3

Me sumergí impaciente en las aguas

que me rodeaban,

no me percataba de que estas eran

oscuras, profundas,

llenas de peligros inevitables.

Mis pulmones aclamaban aire,

mas mi mente los ignoró;

cuando mi corazón gritó para que me detuviese,

era demasiado tarde; lloré,

pero mis lágrimas se camuflaban en esas aguas

rodeadas de incertidumbre.

Me tendiste la mano, y me arrastraste hasta la luz.

Me llevaste hasta la cala, donde pude descansar

lejos de las garras de la oscuridad.

 EVA LUNA.

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