Las Palabras

 



Era un bonito día de otoño, de esos en los que dan ganas de salir a pasear, pisar las hojas secas, pero que, sin embargo, la gente se encierra en sus casas, se pone la televisión y se dedica a dejar que les absorba el alma. En cambio, una niña acaba de aparecer en la plaza del pueblo. Es baja, pelirroja y muy pecosa. Se detuvo en la fuente a llenar su botella y se encaminó hacia el bosque.

Los pájaros piaban y una suave brisa mecía las hojas de los árboles.

La niña anduvo hasta llegar a un árbol hueco, apoyó su mano en el tronco y cerró los ojos. El árbol se empezó a mover, dejando a la vista una escalera de caracol. Después de bajar los trescientos escalones, se encontró en una amplia galería, de paredes y suelo rocosos, en la que comenzó a tiritar por la humedad del ambiente. Una enorme cascada tapaba la salida y la niña, la atravesó, el agua estaba fría, pero no le importó, sabía que lo que encontraría detrás merecería la pena.

Cuando abrió los ojos, se encontró en una roca, al lado de la cascada, desde donde podía ver la pradera, las montañas, el lago, y los bosques que la rodeaban. Pero también a sus criaturas, un grupo de niños leía bajo la sombra de un árbol, otros jugaban a la pelota en la hierba, algunas se bañaban en el lago, otros cocinaban la comida. Todos se divertían y jugaban.

Eran los únicos que habían conseguido escapar de la enfermiza rutina del mundo, y de las garras de la desidia.




Candela Martín Pérez   1º B


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