Leyenda de las Navas del Marqués

 

Eterno camino, que me lleva de lugar en lugar, eterno viaje que me hace conocer o enloquecer. ¡Eterno! Eterno el otoño que trae lluvias de hojas, paisajes ocres solitarios y primeras nieves asoladas que vienen y desaparecen. Eterno el otoño que da paso al largo invierno en que los árboles, unos arropados y otros no, se cubren de blanco y, durante la noche, se congelan con el helador viento que sopla. Aquí estoy yo, en el tiempo en que la noche es más larga que el día y la oscuridad espesa que de noche aparecía da lugar a espantosos escenarios que ni el más valeroso podría contemplar sin apartar la mirada. Tiempos en los que el diablo comete de las suyas. En este momento mi viaje hace escala en un pueblo del que las chimeneas no paran de resoplar y en el que los animales no paran de alborotar el silencio de la noche oscura. Saliendo de Ávila, finales de otoño, una nube enorme, cargada y enfurecida se hace notar en sus continuos truenos. A medida que me alejo, siento que me persigue. El frío azotaba con fuerza, hasta enrojecer mi piel. He de parar, no creo que ni mi mula ni yo aguantemos más. Comemos en un minúsculo pueblo llamado “La Cañada”. Una posada nos abasteció y continuamos. Cerrada ya casi la noche, la tormenta comenzó a tronar y fuertes goterones golpeaban mi túnica. Una luz es mi esperanza. Un pueblo, algo más grande e incluso alumbrado por candiles. Ningún alma se arrastraba por aquellas embaldosadas calles. Enseguida me doy cuenta… ¿Qué es eso? Un canto, un llanto, un lamento… Asustado entro en la primera posada que encuentro. Extraño era, pues todos estaban callados incluso asustados parecían. Me siento y a un viejo anciano le pregunto: ¿Qué ocurre? La respuesta fue una señal de que le siguiese. En su casa, comienza a contarme:


Aquel castillo fue construido tiempo atrás, siglos atrás. Antiguamente, allí se encontraba la casa de una bella joven, Magalia se llamaba, proveniente de familia noble. Por aquella época el tránsito de personas era abundante. Llegó el día en el que un joven noble se cruzó con esta muchacha de casualidad. Estos no tardaron apenas dos horas en enamorarse. Entonces llegó el día en el que se presentó a la familia de la joven. Sus padres, como llevaban haciendo tiempo, no aprobaron la relación. Enfurecida por la represión que sufría por parte de sus padres, tomó una decisión que marcaría su vida: se fugó. Se fugó lejos con el joven, donde nunca fueran descubiertos. La tristeza profunda se trasladó a su familia. Las noches se hacían eternas, las profundas ojeras verdes eran frecuentes y la poca comunicación que antes abundaba, casi tan desaparecida como su hija. Hicieron todo lo que estuviera en sus manos, en las de los habitantes del pueblo (seguramente obligados) y en sus bolsillos por encontrarla. En la casa sólo se escuchaba Magalia Quondam (¿Dónde está Magalia?), tanto que hasta estaba escrito por las paredes. En otro lugar de España, se celebraba el funeral de aquel apuesto joven del que Magalia se enamoró y fugó, sin saber que padecía una mortal enfermedad aún no identificada. La ruptura con su familia y la muerte de su amante fueron causa de su repentino fallecimiento. En el pueblo rumorean que aquella alma vagante volvió al pueblo para lamentarse por aquella terrible decisión. Ahora el castillo jamás podrá descansar en paz y sus habitantes tampoco.


Tras dos tazas más de té y un pequeño diálogo, ,me propone alojamiento sólo por un par de monedas. La noche estaba muy cerrada y la nieve no cesaba por lo que acepté sin pensármelo. Su casa era pequeña pero acogedora. Al día siguiente, después de pagar a mi anfitrión, decidí continuar mi viaje hacia Madrid, eso sin antes chocarme con una bella joven de mi edad, ¿es ese mi destino?


Miguel Aranda 4° C



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