XIV: Delirios De Un Dios -- Prólogo

 


Mis ojos color esmeralda, palpitaban con fuerza al mirarle de arriba a abajo. No podía ser. Pero él seguía sonriendo, sombrío, en aquella gris habitación sin alma. Pues en mi no veía pena como habría visto yo en su lugar tras esa cortina de amor que todo aquel tiempo me había cegado; sino que tan solo el desconcierto de una presa al darse cuenta de que iba a ser cazada. Y yo, tuve que ponérselo fácil. Tuve que hacer como cualquier gacela al ver un león como él lo era: huir. Pero al igual que este pobre animal en esta metáfora, no me daría cuenta hasta que fuese demasiado tarde, de que no tenía oportunidad alguna de salir viva de aquel lugar. Y por desgracia, así fue. Tan solo hizo falta un desafortunado tropiezo para ponerme en bandeja de plata. Dio igual todo lo que habíamos vivido, compartido o sentido juntos; no dudó ni por un instante en reclamar su recompensa. Mas supe que había vencido al irse sin más, sin mostrar siquiera un poco de respeto a diferencia de como hizo en su día con el resto de sus víctimas. Pues yo había sido el único peón que le había hecho un jaqué maté... Pero volvamos al principio. Empecemos por cómo una plebeya como yo se vió casi sin darse cuenta entre los delirios de un Dios.

Continuará...

Mateo Blancas 


Entradas populares de este blog

Graduación 2Bachillerato curso 22/23

Lo nuestro es puro teatro

El mejor regalo es volver a casa.