LAS HISTORIAS VUELAN EN EL METRO DE MADRID

 Las Historias Vuelan En El Metro De Madrid Como cada mañana, Tránsito se sentó sobre las incómodas sillas de plástico de aquel mágico lugar, abrió su periódico por la primera página y se dejó llevar. Introduciendo su mirada en él y leyéndolo al menos de forma aparente, paseó su mirada alrededor y en vez de centrarla en las angustias del mundo que aquellos papeles manifestaban, se centró en lo que de verdad importaba: todos ellos. A pesar de que no buscaba a ninguno en particular, sonreía pues su profesión le entusiasmaba. Abrió su cuaderno a escondidas y sacando el lápiz de debajo de su boina dejó que aquel páramo de fantasía lo inundase y canalizando todo aquello plasmó todas y cada una de las historias que volaban en el metro de Madrid. Discusiones, risas, amor y odio, todo tipo de emociones poblaban aquel majestuoso paraje, mas por desgracia, cada vez menos. Y es que el único inconveniente de la evolución era lo que ella suponía en los valores básicos que antes regían nuestras vida. En sus años de continuos viajes, había vivido y contado millones de historias. Desde increíbles peripecias y famosos relatos hasta experiencias comunes, pero tiernas y por supuesto sorprendentes de la vida. Pero todo había comenzado a cambiar. Cada vez más, la gente dejaba de acudir a su llamada y lo que iban, se dejaban llevar por la brillante atracción de la pantalla regular que todas partes llevaban como si se tratase de su propia cabeza. Y todo esto puesto que ya no lo consideraban una aventura o siquiera una oportunidad, sino un simple tránsito obligatorio. Antes, las historias volaban por el metro de Madrid, pero ahora, las únicas que lo hacen se marchitan y quedan ahogadas por el grito de vergüenza de la sociedad. Solo quedaban unos pocos valientes. Unos pocos que vivían, en vez de dejar que su vida pasase por ellos. Y para su sorpresa, estos mismos eran quien tarde o temprano le sustituirían o a todos ellos que se mantenían impasibles cual máquinas en su paso. Estos eran en los que rebosaba la vida. Eran el futuro, y el futuro seguía al igual que también aprendía del pasado. Pero el presente lo único que hacía era dejar morir a ambos. Aun así, a pesar de tanta amargura que todo ello le producía, Tránsito no podía evitar sonreír. Pues mientras siguiesen existiendo personas como ellos, personas capaces de ver lo que otros no ven y actuar como otros no lo hacen; la verdadera esencia del metro de Madrid jamás se iría. Y podría seguir viniendo cada mañana una vez más para ver como todas y cada una de aquellas luces de vida se desarrollaban.   

MATEO BLANCAS



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